Quantcast
Channel: jimarino – LOS PERROS DE LA LLUVIA
Viewing all articles
Browse latest Browse all 71

Eclipses (Una novela del deseo)- Proust-Kenzaburo Oé

$
0
0
annular-solar-eclipse-12
Extracto de la novela Eclipses, que ya navega sola, que ya es desde octubre un soplo, un deseo…  Gracias a la inestimable ayuda de Carmen Ariño y a la reencarnación de la abuela Carmen, ambas ávidas lectoras de éste imposible… también a Diana, por su sinceridad cercana… a Daniel Ariño, por esas cosas que sólo puede decir él. 

  

           Cuando leyó Una cuestión personal de Kenzaburo Oé, tras revisar un texto del amante acerca de la novela futura, tuvo una aguda sensación de simpatía y cercanía por ese personaje literario que miraba los mapas de África y soñaba con emprender un largo viaje que lo alejara de su vida cotidiana. Oé logró entresacar toda la fascinación por la huida que se percibe vulgarmente como un gesto de irresponsabilidad, pero que tal vez esconda en su complejidad una especie de deseo ancestral de ser nómada, de extender las posibilidades de la existencia ilimitadamente, de tratar el camino como una aventura y no como un guión prefijado. Huir no siempre es escapar, aunque a veces lo pueda ser. La responsabilidad final de ese personaje en la novela le ayudó sin lugar a dudas a afrontar el verdadero recorrido que debía cumplir. Ante el hijo monstruoso, incluso antes, frente a ese parto violento, sin amor, dolorido por la insatisfacción y la monotonía de lo cotidiano, por la angustia de envejecer y aceptar lo que contiene en su eco sordo una existencia prevista de antemano, se hallaba sin duda una respuesta coherente a la derrota de todos. Era ese momento de la existencia en que comprendemos que no podemos cambiarlo todo. Es una idea terrible que depende del grado de madurez y de sensibilidad de cada cual para expresarla. Los posibles caminos se limitan por una mezcla de experiencias y decepciones acumuladas. Conocemos nuestros gustos en mayor o menor medida, en función de lo que hayamos profundizado en nosotros mismos. Lo esencial ha quedado retratado a poco que prestemos atención a lo que sucede o ha sucedido a nuestro alrededor. Todo se construye demasiado difícil y, fruto de esa conciencia, atisbamos la marea sin aire, la vela que no se hincha, el avance lentísimo y anodino, la dificultad de hallar otra corriente vital que nos empuje hacia otra parte. Percibimos los trayectos como algo ya pisado bien por nosotros o por los demás. No vemos nuevos itinerarios sino líneas en mapas demasiado rayados y dirigidos. Los actos, las cosas, las emociones, ya no nos son nuevas. Entregaríamos algo de nosotros mismos porque una parte de lo que tratamos de acometer tuviera un sabor nuevo, pero hay demasiada memoria, demasiado acumulado detrás como para vivir esa ilusión. Hemos perdido el ojo crítico, el ojo despierto que atisba la sutiles variaciones y sólo entrevemos un paisaje tras otro que nos recuerda a lo ya visto aunque sea en lugares que nunca visitamos. Es un sabor similar en el cuerpo amado, desnudo entre nuestros brazos, fruto de los cientos de espejos acumulados que contemplamos durante años. Lo mismo sucede con el sabor, la memoria lo disgrega, busca orígenes, comparaciones. Y el olor, exactamente igual. El tacto se ha endurecido y aquella antigua percepción de texturas de la infancia ya no nos sorprende.

         Pero los procesos son aún más complejos y menos evidentes, no poseen la rapidez de un párrafo, siquiera la sinuosidad veloz de una intuición.

 11-eclipse-wallpaper

         Todo fue lento, fue dejando una extraña huella en su recuerdo, huella antigua de todo lo existido, hasta que el silencio fue aliviando el dolor como un zumbido inevitable y constante al que los seres humanos se van acostumbrando. Lo extraordinario de los afectos es que de igual manera que exageran el lugar donde crecen, a la persona que convoca esos sentimientos, desarrollan su dependencia y su existencia en torno a nuestra propia identidad, como si el amor no fuera una cuestión de química tan solo, sino de poesía, de metáfora y exageración, hasta construir y convertir lo que tenemos delante de la mirada en un paraíso personal. Semejante intensidad, remite, diluye sus efectos y se transforma, dejando un rastro distinto, una especie de melancólica renuncia que permite aceptar el adiós, la despedida, que supera el duelo y permite continuar.

        El amante recomendaba para entender el amor la historia de la literatura. Una lectura extensa en el tiempo, recurrente, amplia a lo largo de los años. El narrador apuntó mucho de esos autores mencionados por el otro para saber. Escribió sus nombres, buscó sus libros, comprendió de qué estaba hecha la magia de la literatura. Había que adentrarse en En busca del tiempo perdido al menos una vez cada década, a ser posible más veces, para seguir enriqueciendo su enorme sabiduría con la experiencia del tiempo. Esa obra era el latido del tiempo. No había pedantería en su consejo. Más bien parecía un eco impreciso de todo lo que era necesario comprender tras experimentar un vacío semejante.

         Después de su desaparición el narrador ha tratado de seguir sus consejos con provecho.

        En busca del tiempo perdido es uno de esos libros de literatura que el narrador ha leído poseído por la fiebre, por el entusiasmo y el placer, y no tardó demasiado en comprender la magnitud de su valor. De repente le sobrevino un profundo pesimismo respecto a lo que había sido su actividad principal durante toda la vida. Ese libro tuvo un efecto desmitificador sobre cualquier planteamiento científico. El reflejo de la exactitud, de la medición, la hipótesis y la prueba, no dejaba de ser una referencia sesgada aunque cumpliera parámetros universales. Proust era tan poderoso como los grandes científicos del siglo XX que admiraba, y había llegado muchos años antes. Ese siglo había destruido la preeminencia de los mitos como forma de sabiduría por una nueva superstición numérica. La ciencia ocupaba el lugar de los mitos y reducía el espacio de la literatura. Los teoremas sustituían a los cuentos. La medición a la palabra. La hipótesis a la invención. No sabía si en verdad la literatura había alcanzado un límite o por el contrario había sido victima de esa nueva superstición. El mundo adquirió esa pátina racional y positivista que lo iba a llevar a dos guerras mundiales, al desarrollo tecnológico más espectacular de la historia de la humanidad, a las catástrofes de todo un siglo terrible, y a uno nuevo que comenzaba con el corazón latiendo despacio, el aliento entrecortado y el futuro oscurecido.

        Igual que sucediera con los ilustrados en el siglo XVIII, el sueño de la razón científica iba a generar monstruos incluso más terroríficos que los sueños de la razón ilustrados. Voltaire era un optimista luminoso mientras que Kafka, dos siglos después, se adentraba en las tinieblas, en el espacio de la pesadilla y la locura. El humanismo tenía bastantes siglos de ventaja respecto a la ciencia y tal vez entendió de antemano que aquel camino tampoco iba a llevarnos a ninguna parte, y que cualquier desarrollo científico toparía eternamente con el misterio de la vida, con la idea de Dios, irresolube a pesar de los esfuerzos, y seguramente con la mala utilización que el hombre siempre hizo de aquello que le otorgaba poder fuese la invención que fuera. La constancia fue para el narrador una especie de intuición fugaz. Sus contemporáneos sabían más que Proust, pero la sabiduría, sin saber exactamente porqué, estaba en las páginas de su obra, en ese libro, y eso es lo que comprendió y le hubiese gustado decirle a él. Darle las gracias por ello. La esencia de lo humano guardaba en su seno todo su desarrollo, y era posible que los complejos universos del lenguaje humano, no sólo el lenguaje verbal sino todos, el matemático incluso, estuvieran guarecidos ya en nuestra propia genética, que adentrándonos en el origen tal vez lográsemos desentrañar la expansión, y no al contrario, como suelen hacer los científicos, examinar la expansión para acercarse al origen, a la explicación, a la teoría.

eclipse

      Aceptar el proceso por el cual vamos perdiendo aquello que insufló vida a la existencia es un aprendizaje doloroso; un proceso hacia dentro, jamás hacia fuera. Creemos que es el exterior el que nos permite esa especie de felicidad intensa e irreal, y al final todo, absolutamente todo, esas emociones que transforman el eco de lo que hacemos en una especie de latido constante y una esencia que palpita en nosotros es interior. En ocasiones hasta siente que cada paso del presente está prefijado por un mapa y unos códigos inasibles inscritos en sus entrañas. Nada ocurre alejado de nuestra mente y nuestra alma, aunque el narrador no puede afirmar con pleno convencimiento que existe eso que llamamos espíritu, o el alma, o el arrebato doloroso o entusiasta que nos obliga a actuar, a agitarnos, a perder el norte y abrazar el sur.

      Los procesos por los cuales se construye toda esa materia tal vez sean tan sólo impulsos de energía, chispazos de química cerebral traicionera.

        Le hubiera gustado decirle a ese hombre que seguramente todo existió en su cabeza, sobre todo teniendo en cuenta lo que sabe de ella a esas alturas.

 

       Esta historia, sus constantes, sus lugares y ambientes, sus actos de amor, su sexualidad incendiada y el dolor que provocó en ambos, al fin y al cabo, piensa que fue elaborada por la mente de él, por el rostro que él quiso erigir en torno a una pasión.

 

        Albertine fue una de las grandes creaciones imaginarias de Proust, y alcanzó ese punto de fuga tan intenso y verdadero de las obras de arte, una especie de reflejo universal que logra dibujar en el eco de las palabras la línea en la que se entrecruzan la verdad y la imaginación literaria. Hasta sentir la pérdida que supuso dejar de verla, dejar de saber de su existencia y su camino, y entonces leer La fugitiva con manos temblorosas, no comprendió en que consistía exactamente la literatura.

2_thumb

      La banalización del mundo no afecta a esas grandes expresiones del espíritu mientras haya al menos una persona que las reviva, que las recree en su imaginación, en su pensamiento, y aunque uno no pueda jamás cumplir ese proceso de la ciencia, de hipótesis, prueba y conclusión, la exactitud con la que algunos escritores fueron capaces de crear un espejo de la existencia comenzó a producirle un silencioso respeto. Como algo inevitable, a veces incluso en apariencia prescrito, no cree que pueda cambiar su modo de mirar y, sin embargo, sí que se siente capaz de llegar a construir una especie de solemne reconocimiento al arte elevado y sincero. De la misma forma, de la admiración y los celos que tuvo hacia ese hombre, fue aprendiendo a saber quién era, a otorgarle una dimensión distinta a su figura y al efecto que tuvo en la vida de ella.

       Todo descubrimiento esencial es en realidad azaroso, hecho de oportunidad y atención desde luego, pero guiado finalmente por la casualidad.

       Deja escrito en esas páginas del cuaderno que van llegando a su fin. Siente la conclusión de un largo proceso de vaciado y conocimiento, algo que sólo puede expresar por escrito, que tal vez sea imposible de comunicar a las personas más cercanas. Pero sabe que a pesar de la breve satisfacción, lo alcanzado es incompleto, imperfecto, inasible en su totalidad. A lo sumo le permite acercarse a los procesos por insistencia hasta que logran revelar algo, tan poco, tan escaso en medio de las emociones y sentimientos que constantemente nos explican y nos afectan. Ahora sabe que no fue sólo una historia sexual, que fue mucho más, tal vez porque él, sobre todo él, el amante, o tal vez él solamente, quiso construir una metáfora del amor más intensa para ella, para todo lo que compartían.

        Aquel poema que escribió concluía con un verso que el narrador no ha logrado olvidar, que a veces le reconforta, le hace borrar de un plumazo el rastro de su cobardía y su imposibilidad:

 

                                   …no pudimos vivir de deseo

Copyright Jimarino

eclipse_kotsiopoulos

 


Archivado en: filosofía, literatura

Viewing all articles
Browse latest Browse all 71

Trending Articles